Fuera de las tradicionales rutas del vino, a veces descubrimos tesoros poco o nada conocidos en tierras donde el vino significó mucho en el pasado, y que hoy renace gracias al sueño de emprendedores que han querido resucitar la historia de épocas de esplendor vinícola.
Nos encontramos en Sant Mateu, capital Histórica del Maestrazgo, y en concreto en la bodega Besalduch, Valls & Bellmunt, que en 2018 cumple su objetivo e inaugura una de las empresas vinícolas más extensas y con proyección de Castellón, enmarcada dentro de su Indicación Geográfica Protegida.
Además de la Bodega, las instalaciones albergan un Centro de Interpretación y Museo del Vino, siendo este uno de los tres que se encuentran en la comunidad valenciana, y el único de la provincia de Castellón.
Nada más entrar en el recinto, nos damos cuenta de que no estamos visitando una bodega más. Nos adentramos en “un túnel del tiempo” en el que se ubica una impresionante nave construida en 1953.
Nos reciben Rosa y Jose María Besalduch, guía empleada y socio fundador de la Bodega respectivamente. La sala expositora alberga objetos de gran valor histórico, algunos de ellos muy curiosos como las sulfatadoras de latón de la época, y otros que poco tienen que ver con el vino pero que se encontraban en la antigua cooperativa, como una máquina de hacer caramelos con diferentes formas, o una desgranadora de maíz. Nada es capricho, y todo tiene su razón de ser, que nos explican con detalle nuestros anfitriones. Diplomas, bocetos originales de etiquetas, la antigua línea de producción de la bodega…. Un paseo por la memoria, para revivir lo que fue un pasado de esplendor vinícola en toda la provincia, y que hoy resurge orgulloso con un proyecto en pleno desarrollo.
La puerta por la que hemos entrado no es la original de la Bodega. Esta se encuentra en la parte posterior que actualmente da a un solar, que descubre una impresionante fachada, protegida por el Patrimonio de la Comunidad Valenciana, y objeto de estudio de arquitectos y profesionales de la rehabilitación. También desde esta zona podemos ver un detalle sorprendente para la época, un sistema de refrigeración conectado a una caldera de vapor, que permitía rebajar notablemente la temperatura del vino cosechado, dentro del proceso de entrada a las salas de almacenaje y fermentación.
Sinuosos pasadizos nos conducen a los antiguos depósitos de la Bodega, que muestran en sus bóvedas y paredes la huella de antiguos taninos, con una anárquica policromía llena de color y encanto. Es sin duda la zona más sorprendente, y hoy día alberga diferentes estancias que se han reconvertido para uso y disfrute de visitantes y socios de la Bodega. Una pequeña sala audiovisual, una de barricas, 3 comedores privados y el “Club Priveé”, que sirve de guarda para los vinos de los socios de la Bodega y para celebraciones con familiares y amigos.
De nuevo en la planta principal, la antigua sala de depósitos de altura expone una gran colección de botellas, y se ha habilitado para celebraciones de grandes eventos, tanto particulares como corporativos.
Dejamos para la despedida, la tienda y sala de Catas. 3 vinos jóvenes están a la espera de nuestra degustación: el blanco Guillem D¨Eril, y el rosado y tinto 1961. Dejamos para el final la “Joya de la corona de la Bodega”: CARLO. Vinificado al estilo de la época romana, con variedades de Garnacha Tita y Tintorera y la autóctona Bonicaire, muy poco conocida, debido a estar prácticamente extinguido su cultivo. Aporte de uvas pasas que le otorgan cierto dulzor, muy sutil y elegante.
La historia sigue, y seguro que en próxima visita nos sorprende el proyecto de rehabilitación de nuevas salas, todavía no abiertas al público. Un tesoro escondido, fuera de lo convencional que te animamos visitar.
Difícil encontrar tanta historia, en un espacio que reúne Museo, Bodega, tradición y Vanguardia.